jueves, 22 de marzo de 2012

ALGO VA MAL

Hará como un mes me llegó un folleto de la consultora laboral Asesoriza en el que se publicitaba sin el menor rubor un curso dirigido a empresarios para sacar partido de la nueva reforma laboral. También por esas fechas TVE emitió un reportaje sobre el mundo de la industria del lujo en el que se constataba que en estos tiempos de crisis, ajustes y recortes la venta de ciertos productos y servicios de alto standing crecía de forma vertiginosa. Justo entones, con algo más de un año de retraso tras su publicación, había acabado de leer “Algo va mal” de Tony Judt, último libro publicado por el historiador británico que falleció prematuramente en 2010. El texto es una acalorada defensa de lo público, de las bondades de la acción colectiva ejecutada por los Estados democráticos a favor del bien común, entendido éste como una vida mejor para el conjunto de los ciudadanos y un consecuente estrechamiento de la desigualdad social. El diagnóstico de Judt es desalentador: los progresos logrados tras la Segunda Guerra Mundial (New Deal, Estado del Bienestar, socialdemocracia europea…) se vienen desmoronando inexorablemente desde los años 80, de manera aun más acelerada en la última década al albur de la crisis financiera que justifica sin apenas contestación la reducción del gasto público. Quizás el libro peque de una visión excesivamente optimista sobre las mejoras sociales de los años 50-70 del pasado siglo, especialmente si la experiencia personal de uno toma como referencia lo que ocurría en España, donde nuestra aproximación al Estado del Bienestar empezó a construirse en los años 80, precisamente cuando en el mundo anglosajón de Judt llegaban los recortes (eras Reagan en USA y Thatcher en el Reino Unido). Pero con independencia de esta perspectiva acusadamente anglocéntrica, el libro contiene un mensaje para todos aquellos que se dediquen a hacer política en cualquier lugar del mundo: la necesidad de que, al programar la acción del Estado, prevalezcan las consideraciones morales por encima de las consideraciones basadas exclusivamente en el principio de la eficiencia económica. Solo así la acción de gobierno puede asegurar una mejora de las condiciones de vida de la gente.
Volvamos al folleto de Asesoriza y al reportaje de TVE, a la insensibilidad con la que los consultores del curso para empresarios sugieren tratar a los empleados o a la impudicia de la que hacen gala los super-ricos que no se enteran de la crisis. De manera complementaria ambos ponen de manifiesto la cada vez más acusada tendencia centrífuga de la escala social: los graves (los asalariados, las clases medias, los pobres) van para abajo mientras los agudos (los privilegiados, los ricos) van para arriba. Es difícil dilucidar cómo hemos llegado hasta aquí, hasta este punto de la pendiente por la que parece que nos vamos a seguir deslizando la mayoría, pero al pensar en las políticas de estos últimos años y en las formas en que se manifiestan quienes de ellas parecen beneficiarse (los empresarios que aplicarán las sugerencias de Asesoriza, los millonarios que gastan hoy más que ayer y menos que mañana) me viene a la mente la conclusión esencial del libro de Tony Judt: en la toma de decisiones políticas ha pesado mucho más el canon de la eficiencia económica que las condiciones de vida de las personas. La economía se ha impuesto a la ética, el tener al ser. Llegados a este punto creo que la gran consigna de la izquierda debería ser la apuesta por la recuperación del ideal moral del bien común. Pero, ¿todavía estamos dispuestos a luchar por ello? De momento, y bajando a la arena terrenal de nuestro entorno, creo que hay motivos para la huelga del 29 de marzo. Motivos morales.
+Info: sobre el libro de Tony Judt. Una explicación prolija sobre los efectos de la reforma laboral en Attac TV.