jueves, 27 de enero de 2011

POBRES Y FUNCIONARIOS

Josep Antoni Durán i Lleida: “El problema es si la sociedad pretende que al Congreso venga simplemente gente que no tenga propiedad, si pretende la sociedad que esta Cámara sea de funcionarios y de gente pobre, porque si es así, vamos por el mejor de los caminos”.

Lo reconozco, siempre he sentido una cierta insatisfacción profesional. Porque pese  a que terminé mi carrera con un buen expediente y pese a que en la juventud exploré otros caminos más aventurados, finalmente he acabado como funcionario de medio pelo en una biblioteca universitaria. Un destino profesional no demasiado brillante y, lo que es peor, con pocas expectativas. Supongo por tanto que, a juicio de Durán i Lleida, no merezco formar parte de esa élite llamada a representar al pueblo en las cámaras parlamentarias. No al menos si se me juzga por mis emolumentos y mi condición funcionarial. La verdad es que nunca he sentido la llamada de la política pero a uno, por muy asumida que tenga su medianía en el escalafón social, no le gusta que le digan que ni aun por mucho empeño que pusiera llegaría a reunir condiciones para entrar merecidamente en la cosa publica. Es como recordarnos (a los pobres y a los funcionarios) que nuestra mediocridad económico-laboral es consecuencia directa de nuestra ineptitud.
No voy a entrar en el tono peyorativo hacia el funcionariado que obviamente denota la frase del político catalán, hay algo que asusta mucho más: es ese espíritu aristocrático que recuerda al de un senador de la antigua república romana y que liga la competencia política con la fortuna personal. Ni el mismísimo Cicerón lo habría expresado con mayor claridad. Según el argumento de Durán i Lleida poseer una trayectoria profesional lucrativa (lo que generalmente implica provenir del mundo de la empresa) es lo que mejor acredita tu capacitación para la vida parlamentaria. Esto por supuesto excluye a la inmensa mayoría de los empleados públicos y asalariados del sector privado. ¿Qué nos queda? No hace falta responder, pero vamos a ponerlo por escrito: directivos de empresa, profesionales liberales de prestigio y, excepcionalmente, algunos funcionarios de incuestionable valía (médicos, jueces, catedráticos…). O sea, la aristocracia superpuesta a la democracia.
Seguramente el nivel de nuestros diputados y senadores no es precisamente brillante; al contrario, la clase política española ha dado sobradas muestras de incompetencia técnica y falta de ética personal. Pero dudo que ninguna de estas dos variables (la meramente técnica y la de índole moral) quede positivamente condicionada por el hecho de disfrutar de buenas nóminas y prósperos patrimonios. El mérito no va necesariamente ligado al dinero de igual manera que el talento y la aptitud no están reñidos con la irrelevancia profesional.  Como decía hoy Maruja Torres en El País, sabemos muy bien qué clase de políticos no queremos en los parlamentos y muchas veces esa clase de políticos indeseables coincide con exitosos empresarios o profesionales de fulgurante trayectoria (no vamos a dar nombres). En el episodio que nos ocupa, la pataleta de Durán i Lleida me recuerda a la jactancia de ciertos políticos que demuestran su sacrificio por la nación manifestando que su oficio representativo les reporta mucha menor ganancia que la que obtendrían por sus méritos profesionales en cualquier otra actividad. A unos cuantos de estos les agradeceríamos que renuncien al sacrificio, abandonen la política y retornen a sus quehaceres privados. Todos ganaríamos, aunque les sustituyera algún pobre o algún funcionario.
+Info: La salida de tono del político de CiU tiene relación con una iniciativa parlamentaria para que los diputados declaren públicamente sus patrimonios. La  matización que expone en su blog  (Privilegis dels polìtics) no acaba de limpiar el tono elitista que denotan las frases transcritas por la prensa: véase la noticia en El Correo y en El Periódico (con un vídeo en el que se escucha el comentario polémico).

domingo, 16 de enero de 2011

JOVENES PARADOS Y TRABAJADORES VIEJOS (PENSIONES BULIMICAS)


El escritor alemán H. M. Enzensberger sugirió a principios de los noventa que las sociedades ricas occidentales sufren de "bulimia demográfica": por una parte exigen un constante suministro de mano de obra (especialmente para aquellas tareas que los nativos van rechazando), mientras al mismo tiempo idean trabas para frenar el flujo migratorio. El conglomerado que forman el mercado de trabajo y el sistema de seguridad social va camino de adquirir esa misma condición bulímica: necesita dar entrada a nueva mano de obra joven y rebajar la edad media de las plantillas, pero simultáneamente la inminente reforma del sistema de pensiones mantendrá a los trabajadores más años en sus puestos, lo que tapona la entrada de nuevos asalariados jóvenes y eleva la edad media de los empleados. Así, el mercado laboral pide alimento, pero el sistema de pensiones quiere adelgazar, con lo cual tendremos plantillas envejecidas y más paro juvenil. Hoy resulta difícil sostener la inviabilidad demográfica del sistema de pensiones en un país con una tasa de desempleo superior al 20%, todo un contingente de potenciales cotizantes que por ahora son tan perceptores como los jubilados. Pero la solución que nos proponen para el envejecimiento demográfico es de naturaleza maltusiana, como si estuviéramos en el siglo XIX: puesto que la población pensionista crece más que los recursos disponibles para sostenerla (las cotizaciones), hagamos que disminuya el número de jubilados. Es evidente que la alternativa sería incrementar los recursos necesarios para el sostenimiento de una población perceptora creciente. Esta opción requiere cambios profundos en el sistema de financiación de las pensiones, en el sistema fiscal y también en un sistema productivo incapaz de ocupar a toda la población activa. Pero no se va a hacer. Y en el futuro, si nadie lo remedia, tendremos sociedades bulímicas, plenas de jóvenes parados y trabajadores viejos. Sociedades más enfermas y, posiblemente, más conflictivas.
Nota: este artículo se ha publicado en la sección Cartas al Director de El País.
+Info: la cuestión de las pensiones ha suscitado en los últimos meses gran controversia e ingente literatura. En la línea que aquí se defiende recomendamos un reciente artículo de Vicenç Navarro, uno de los economistas que con más solvencia está refutando las tesis liberales sobre la reforma de las pensiones, actualmente predominantes y asumidas por el gobierno de Zapatero.

jueves, 13 de enero de 2011

DIOS WILDER

Ayer echaron por La 2 de TVE “¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?”, de Billy Wilder. A parecida hora emitían la mucho más reciente “El Orfanato” de Juan José Bayona, de la que tengo muy buenas referencias pero no he visto. Así que estuve dudando: o pasar miedo con Belén Rueda o revisionar una vieja película con Jack Lemmon. Me decidí por el clásico y fui feliz durante dos horas. Siempre da gusto ver una película de Billy Wilder, pese a que no se trate de una de las mejores, quizás ni tan siquiera de una gran película. Pero es lo que tienen los genios: hasta sus obras menores son pequeñas maravillas comparadas con la mayoría de lo que suele verse. El maestro vienés (trasunto de Dios para Fernando Trueba) es el rey del ingenio y los diálogos brillantes: difícil olvidar ese “Nadie es perfecto” que pone punto y final a “Con faldas y a lo loco”. En la película de ayer, adaptación de una obra de teatro, la mano de Billy Wilder se adivina inconfundible en hilarantes momentos, como cuando entra en escena ese diplomático norteamericano al que el director del hotel Excelsior (inolvidable Carlucci) recomienda los baños de lodo locales (que curan dolencias de todo tipo además de la impotencia)  para mantener “una acidez de estómago  propia de un joven de 20 años”. Quizás la película parezca algo lenta a ratos, quizás abuse de tópicas y ñoñas melodías italianas, pero solo por esos momentos en los que Wilder echa mano de su ingenio intemporal merece la pena. Y al final te vas a la cama feliz, reconciliado con la vida, encantado de haber disfrutado de esa sencilla historia que saca chispas de la eterna confrontación entre lo racional (lo americano, lo ordenado y previsible, el personaje del inmenso Jack Lemmon) y lo pasional (lo italiano, lo caótico e imprevisible, el inefable Carlucci y el personaje de Pamela). Dos horas de verdadero placer. Por cierto, una de las grandes ventajas de la TDT que no me cansaré de pregonar es la posibilidad de ver las películas en versión original con subtítulos. Si a esto le sumamos la ausencia de anuncios en TVE no es de extrañar que La 2 se esté convirtiendo en el mejor videoclub gratuito que se pueda imaginar. Esperemos que sigan en esa línea (hace no mucho programaron “Irma la dulce” y en breve emitirán “El apartamento”, quizás la mayor genialidad de Billy Wilder).
+Info: Billy Wilder en IMDb (en inglés y en español)