jueves, 23 de mayo de 2013

ESCRIBIR (¿UN EPÍLOGO?)


Languidece este blog, más que nada por escasez de ideas o al menos de tiempo y ganas para ponerlas por escrito (también por falta de una audiencia que de haberla serviría de acicate para el esfuerzo, pero esto importa menos). ¡Qué iluso, un blog de pensamiento  firmado por un don Nadie! No es que yo creyera que en cuestión de meses las “sardinas viejas” de esta página iban a tener decenas de entusiastas que las citaran y difundieran, ni mucho menos. Más bien estaba convencido de que estos textos, como ha ocurrido, circularían de manera casi clandestina por esta sobresaturada red en la que seguro que abundan enjundiosas ideas de las que apenas casi nadie tendrá conocimiento. Y la verdad es que, me permitiré la vanidad, cuando he releído los post he visto que algunos eran buenos, mejores que no pocos artículos con firma y rúbrica de autores conocidos y difusión garantizada en medio impreso y web de prestigio. Yo no buscaba la clandestinidad aunque tampoco he hecho mucho por evitarla, pero últimamente estoy perezoso. Y es que escribir reflexiones con un mínimo de originalidad requiere un esfuerzo considerable y además ayuda poco constatar que las ocasiones en que ese esfuerzo da lugar a un texto publicable éste apenas llega a diez o veinte personas, casi todas amigos o familiares que saben que de vez en cuando sacas cosas en La Sardina Vieja. Así que, como ni me siento capaz de producir posts con más asiduidad, ni está en mi mano propiciarles una difusión que me alentara a seguir haciéndolo, me temo que La Sardina Vieja puede entrar en hibernación. Ojalá me equivoque, pues aun con todo disfruto haciéndolo, pero no confío mucho en seguir escribiendo, al menos no de la manera casi periodística en la que hasta ahora lo he hecho. Por el momento, no sé si como epílogo, dejo una lista de libros leídos en los últimos meses que expresan, con mucha más solvencia y elegancia, ideas que me habría gustado abordar. En un ejercicio ilusorio de diálogo con su autor, cada libro aludirá a uno o dos  posts de este blog que yo le invitaría a leer.
1. Diarios (1999-2003) y Diarios(2004-2007), de Iñaki Uriarte. Durante algunos años de mi adolescencia y juventud coincidí frecuentemente con este peculiar personaje, a la sazón novio de mi vecina María, en el ascensor de mi casa de Indautxu. Pasado mucho tiempo leí una reseña de Vilá Matas glosando el primero de los volúmenes de sus diarios y lo compré con algo de curiosidad malsana. Sé que desde entonces no soy el único que ha quedado fascinado por el estilo aforístico y relajado de estos dietarios, de falsa apariencia desaliñada. A lo largo de sus páginas Uriarte desgrana ideas a veces banales y a veces sutiles sobre la vida cotidiana, alterna loas a Benidorm o a la Toscana, satiriza sobre algún político o algún intelectual y te contagia de su entusiasmo por la lectura (de Pla, de Borges, de Montaigne) y por la simplicidad como  filosofía de vida. Todo un alarde de concisión expresiva que dispara con bala contra la solemnidad y la autocomplacencia del mundillo intelectual. Declarado fumador, creo que le sugeriría la lectura de Nicotina virtual (2010). Como vasco cansado de la interminable diatriba patriótica quizás le gustara también Una boda patriótica (2012).
2. La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa. La primera reacción con este libro puede ser la de enfrentarnos a un ensayo elitista y algo arrogante; a continuación los razonamientos te van atrapando y al final tienes que ceder y reconoces que el Nobel peruano tienen  en gran medida razón: la entronización del entretenimiento como objetivo de la producción intelectual ha acabado por simplificarla. Mi generación es sin duda una “víctima” de esta banalización “antropológica” de la cultura que pone en el mismo nivel un concierto de los Rolling Stones  y una ópera de Verdi. Invitaría a su autor a leer el post Coleccionismo (2011).
3. Posteconomía: hacia un capitalismo feudal, de Antonio Baños Boncompain. Un libro espeluznante, casi más sobrecogedor que una novela de terror. Llevaba yo unas semanas dando vueltas a las similitudes entre la crisis bajomedieval y la crisis actual cuando llegué a este libro que pone por escrito, con una erudición apabullante, este sonoro argumento: nos encaminamos hacia una Nueva Edad Media, un capitalismo feudal en el que las clases volverán a ser “órdenes”, el asenso social casi imposible y las diferencias entre los (muy pocos) ricos y los (muchos) pobres se irán haciendo abismales. La principal idea de este ensayo es que no vivimos una crisis sino un cambio de era con una acentuación brutal de la diferenciación social. Una era guiada por la “posteconomía” de los nuevos financieros  en la que las viejas salvaguardias que garantizaba el estado del bienestar quedan canceladas en aras de un enriquecimiento aun mayor de la exigua élite “plutonómica” que, por encima de gobiernos y parlamentos, rige los destinos del mundo. Si este diagnóstico es certero (y me temo que al menos en parte lo es) a nuestros hijos les espera un futuro muy negro. A Baños le pediría que leyera Grecia : más pobreza, mejor rating (2012). Seguro que tiene una respuesta para la pregunta con la que termina ese breve post. También le sugeriría Algo va mal (2012), una especie de reseña del libro de Tony Judt que seguro que él también leyó.
4. En defensa del decrecimiento: capitalismo, crisis y barbarie, de Carlos Taibo. El libro anterior termina con una pequeña propuesta de respuesta a ese proceso de “feudalización del capitalismo” que se ha descrito. La resume en una postura, anticapitalismo, y la ejemplifica con una filosofía práctica, el decrecimiento. Carlos Taibo (a quién cita Baños) es uno de los impulsores de este “movimiento” en España. Su propuesta es bien sencilla: la única manera de luchar contra este sistema capitalista que acentúa las desigualdades entre clases y entre naciones y que aboca al mundo a una degradación medioambiental irreversible es el retorno a la simplicidad de vida. Menos producción, menos consumo, menos trabajo, mejor reparto de la riqueza, más tiempo de ocio, más relación social y de vecindad, más proximidad y menos globalización… Este libro (y otros de Taibo) glosa, en tono académico, razones y posibilidades de acción. Y si bien a veces peca de ingenuo y fuerza argumentos rebosa a un tiempo sentido común. Lo más difícil es que esto del decrecimiento empieza por admitir que uno mismo tendría que cambiar muchos hábitos y diversos aspectos de su estilo de vida. Para pensar. Aunque a años luz de su solvencia académica, a Taibo le pediría que leyera Política fiscal, crisis e igualdad social (2010), un post en el que se reflexiona sobre la dificultad para implantar en España políticas redistributivas.
5. Ayer no más, de Andrés Trapiello. Muy distinto de los anteriores, este libro es la única novela en este top five. Trapiello ha escrito un libro contra el maniqueísmo que tanto ha proliferado en el tratamiento de la Guerra Civil, poniendo la llaga en un asunto complicado: durante el Franquismo ese maniqueísmo eludió abordar la verdadera responsabilidad del conflicto y la barbarie de los vencedores, pero hoy no debemos caer en una postura similar que nos lleve a exonerar ciertas culpas, que también las hubo, en el bando perdedor. Al hilo de una utilización maniquea de las víctimas del Franquismo se puede acabar construyendo un nuevo “relato oficial” tan mistificado como el que padecimos durante los 40 años del “Régimen”. Aunque no hay escritos aquí sobre esta cuestión, le pediría a Trapiello que leyera dos post sobre la fiesta del 12 de octubre que abordan la apropiación partidista de elementos simbólicos: Abucheos patrióticos (2010) y Un 12 de octubre “popular” (2012).

miércoles, 6 de marzo de 2013

LA CONCHA EN CALMA


En mi ciudad gusta mucho el mar embravecido, el Cantábrico furioso que arremete con olas de diez metros sobre el Paseo Nuevo. Las pocas tiendas de fotografía que quedan exhiben en sus escaparates, sin excepción, imágenes de alguna de esas frecuentes y portentosas embestidas marinas que salpican la costa y a veces hasta se llevan muros o carreteras por delante. Esta mañana por el contrario el mar parecía un lago, sin más arrugas que la levísima ondulación que producía una suave brisa. Todo quietud, todo calma, una lámina impoluta con aspecto de sábana recién planchada sobre la cual el más mínimo chapoteo dejaría sus ondas como evidencia. Me gusta ese mar tranquilo que invita a nadar con el único rumor de tus brazadas. Me gusta en todas partes pero especialmente aquí, quizás por infrecuente. Cierto que el más usual Cantábrico salvaje es hermoso, que es difícil no disfrutar del placer (algo culpable) de contemplar grandes olas desde el malecón del Kursaal o desde las barandillas del Paseo Nuevo (eso cuando la furia del mar no obliga a cerrarlo). Digo que es un placer “algo culpable” porque esa furia a veces conlleva desastres y es por tanto una belleza malsana. No sé si es por eso, o simplemente por su rareza, por lo que me gustan aun más los mares mansos. Pero de estos apenas hay fotos en los escaparates de mi ciudad. Por ello me voy a dejar caer en la tentación de una metáfora fácil, de una analogía simbólica simple y bobalicona: ese gusto por el mar bravío y violento es un reflejo fiel del espíritu atormentado de los vascos, más propensos a la tragedia de lo que parece a primera vista, más proclives a la bruma de ánimo y al salpicón de mar (también al de marisco, claro), que a la languidez mediterránea con su mansedumbre indolente. ¿Tendremos pues el paisaje que nos merecemos?

miércoles, 13 de febrero de 2013

LA PATATA DE NAGEL


El Ayuntamiento de Amorebieta podrá finalmente ubicar donde le plazca la enorme patata de bronce que en 2002 encargó al escultor Andrés Nagel. El contencioso entre el autor de la obra y el consistorio vasco se remonta a varios años atrás, cuando se planteó una remodelación urbanística que implicaba cambiar la escultura de sitio, y ha dado lugar a varias sentencias judiciales en un tira y afloja en el que se dirime la prevalencia del derecho moral del autor sobre la voluntad del actual propietario de su obra. Recuerda este caso al litigio que mantuvieron el arquitecto Santiago Calatrava y el Ayuntamiento de Bilbao, en torno a los cambios que se efectuaron en un puente sobre la ría del que aquél era autor. El asunto terminó con una indemnización de 30.000 euros pagada por las arcas bilbaínas para resarcir al arquitecto de los daños morales derivados de la modificación imprimida a su obra original. Peliaguda cuestión esta de los derechos morales de los autores de obras (de arte) y su legitimidad para condicionar el uso que se les dé una vez vendidas y abonadas. ¿Debe ser obligatorio preservarlas intactas si no le conviene así al propietario que ha pagado por ellas? La cuestión suele salir a la palestra, como en los dos casos señalados, cuando se trata de obras públicas en las que junto al artista la otra parte implicada es una institución (generalmente un ayuntamiento). A priori cabe entender que la administración vela por el interés público y el bien común, lo que parece que debería estar por encima del derecho moral del autor sobre su obra. Pero hay veces en que, viendo cómo actúa la administración, bien desearía uno que se le diera al autor o a sus herederos la oportunidad de obligar a que su obra sea respetada (los ejemplos de edificios valiosos demolidos sin contemplaciones son innumerables en las ciudades españolas, tan poco apegadas a su patrimonio, y en Bilbao sin ir más lejos tenemos bien reciente el caso del RAG). Viendo las cosas desde la óptica opuesta uno también puede preguntarse con qué legitimidad reclaman a veces los autores respeto para obras “de arte” que no son sino inmundos adefesios o incómodos y poco funcionales  equipamientos, como las zonas de espera del estiloso aeropuerto de Bilbao que diseñó también el ubicuo Calatrava. En fin, que no es una cuestión simple. En principio, al menos cuando se trata de obras públicas, parece evidente que debe prevalecer el bien común sobre el derecho moral del creador a vetar el modo de uso de su obra. Pero como no siempre las instituciones públicas actúan movidas por el bien común resolver el dilema no es fácil, y la cosa se complica cuando cualquier chiquilicuatre aspira a la posteridad exigiendo respeto estético para su engendro extravagante, lo que puede derivar en un absurdo choque de sinrazones. Como el mundo no es perfecto algunos jueces seguirán dando la razón a pequeños artistas endiosados insignificantes mientras nadie impide que el ínclito Luis Cobos continúe "versioneando" la obra de Mozart y otros clásicos.
+Info: sobre el litigio Nagel-Amorebieta en El Diario Vasco