jueves, 24 de noviembre de 2011

COLECCIONISMO

La panoplia de experiencias virtuales que nos deparará este Mundo 2.0 en el que ya estamos plenamente instalados puede abarcar facetas insospechadas. Como la del coleccionismo artístico. La empresa británica [s]edition así lo ha comprendido y desde hace poco vende arte para el iPad, el iPhone o hasta, con permiso de Apple, para la Blackberry y otros cachivaches del estilo. El invento consiste en encargar a artistas contemporáneos de prestigio la producción de una serie de obras que se distribuirán, en número limitado, sólo en soporte digital y a precios “asequibles” (entre los 8 dólares de un Noble y Webster y los 800 de un vídeo de Damien Hirst). Se pone así al alcance del ciudadano corriente la posibilidad de poseer una obra de arte exclusiva que podrá disfrutar cuantas veces quiera en su dispositivo portátil o en la pantalla de su televisor (suponemos que en FullHD). Lo supuestamente más atractivo de esta propuesta es que no nos hacemos con una mera  copia, como cuando adquirimos una lámina impresa en la tienda de un museo, sino que obtenemos un original, igual que si nos lleváramos el lienzo o la escultura de una galería o una casa de subastas. La empresa vendedora garantiza mediante un certificado la autenticidad del producto adquirido, del que sólo se distribuirán un número limitado de unidades (algo así como si de grabados numerados se tratara) que no pueden ni imprimirse ni transmitirse a terceros. Una propuesta original que supone un paso definitivo en esa desmaterialización del arte de la que se habla desde los tiempos del arte conceptual: el cliente no compra exactamente un objeto (artístico) sino un paquete de bits que se recomponen mediante una aplicación informática en diferentes momentos y lugares cada vez que desea disfrutar de su obra. Pero además de esta consideración estético-conceptual esta novedosa fórmula de comercialización del arte suscita alguna que otra incertidumbre.
Para empezar no queda muy claro si uno adquiere “originales” o “copias”. El arte digitalizado convierte la obra en un objeto inmaterial e infinitamente reproducible en distintos contextos (la calle, mi casa, el café) y sobre diferentes soportes (el ordenador, la televisión, una tableta), de manera que uno nunca sabe si contempla “la obra” en sí o su imagen. Hasta cierto punto esto mismo pasa, en el ámbito del arte tradicional, con las series de grabados o con la fotografía analógica. La diferencia es que en estos casos cada nueva unidad requiere la intervención de su autor o del técnico que, mediante la manipulación de la matriz o el negativo, produzca una nueva unidad original (que no copia). Estas nuevas obras digitalizadas son en cambio ilimitadamente reproducibles sin intervención de sus responsables (ni artísticos ni técnicos) de manera que solo la existencia de un certificado garantiza la originalidad de la unidad que poseemos. En potencia, nuestro original podría ser infinitamente copiado y las sucesivas unidades solo perderían la condición de originales por el simple hecho de carecer del certificado de autoría.
Por esto precisamente uno de los problemas de esta modalidad de coleccionismo es el elevado riesgo de devaluación, dada la hasta hoy demostrada facilidad con la que los objetos digitales pueden ser copiados y transmitidos. Así, a los ámbitos creativos que han ido cayendo en el círculo de la piratería digital (cine, música, literatura también) se suman las artes plásticas, susceptibles también de ser redistribuidas por sistemas P2P o colgadas en webs de descargas gratuitas. Bien es cierto que en rigor así solo obtendríamos “copias”, pero también existe la posibilidad de que acaben pirateándose los certificados de autenticidad, con lo cual la propiedad de la obra quedaría devaluada y el negocio de comercialización seriamente resentido.
Last but not least, hay que hacer notar que por primera vez el marco puede ser mucho más caro que el cuadro, algo especialmente llamativo en este mundo del arte contemporáneo que ha prescindido de los marcos conforme incrementa el precio de los lienzos. Si adquirimos un Emin digitalizado por, pongamos, 50 euros y deseamos que presida nuestro salón desde una vistosa a la par que discreta pantalla LCD de 42 pulgadas no cabe duda de que el continente será notoriamente más costoso que el contenido. Paradoja que queda  atenuada por  la posibilidad de disfrutar en el mismo marco de toda la colección de “obras” que poseamos, proyectadas a nuestro antojo cual si de una presentación Power Point se tratara. Todas ellas originales, claro, hecho que podremos acreditar fehacientemente mediante la exhibición simultánea o paralela de certificados de autoría en la misma pantalla del televisor, para la admiración y pasmo de nuestros invitados.
+Info: sobre el lanzamiento de [s]edition en El País

miércoles, 19 de octubre de 2011

CONFLICT? WHAT CONFLICT?

Hace unos años un joven que se encontraba de Erasmus en Alemania me pidió que echara un vistazo a un texto que quería usar como guión para una exposición sobre la situación política vasca. Aunque se posicionaba inequívocamente contra el terrorismo, su argumento central venía a ser que el pueblo vasco no podía ejercitar su mayoritariamente ansiado derecho a la autodeterminación por la “opresión” del estado español, y éste es el germen de un problema que aunque no justifica sí explica la existencia del terrorismo. Quizá sin saberlo, el joven en cuestión estaba actuando como transmisor internacional de la tesis central de la entonces legal Batasuna, un modo de pensar que no solo no ha perdido adeptos sino que con el eclipse de ETA incluso los ha ganado. Siempre me ha asombrado la habilidad mercadotécnica de la izquierda abertzale que, dejando a un lado su justificación a ETA, ha sabido vender por el mundo su visión de la cuestión vasca con más éxito que cualquiera de los gobiernos españoles. El argumento arriba expuesto (idea fuerza de toda una comunidad abertzale en la que el complemento “apoyo a ETA” es optativo) no solo lo suscriben miles de vascos, es también la idea colectiva más extendida sobre la cuestión vasca en el conjunto de Europa, donde personas de cualquier ideología más o menos informadas son proclives a pensar que Euskadi es poco menos que una colonia oprimida por la metrópoli española contra la voluntad de su pueblo. Este asombroso ejercicio de marketing le ha permitido ahora a la IA escenificar el comienzo de una nueva era en la que, para pasmo de algunos, la hasta hace poco incuestionable mayoría social antiterrorista se torna en mayoría social “a favor del acuerdo”. Y todo con el acreditado concurso de prestigiosos mediadores internacionales.
La reciente Conferencia de Ayete es el último y más elaborado producto publicitario de los creativos abertzales, que han contado para su spot con estrellas del calibre de Kofi Annan y otras figuras de renombre mundial a las que se ha invitado a declamar un guión de retórica inequívocamente abertzale en el que caben expresiones como “superar el conflicto” o “confrontación armada”. Ni una mención al terrorismo, por supuesto. Dice un amigo muy optimista que esta escenificación es una pasarela para ponerle las cosas fáciles a ETA y que lo importante es que, una vez lanzado, ésta coja el guante y acepte tan educada invitación a dejar las armas. Si así ocurriera, continúa, demos por bien interpretada la función. Pero para mí, con ser esto importante, la conferencia y todo lo que la rodea están produciendo una distorsión del relato histórico reciente que puede acabar por condicionar nuestro futuro próximo. Dos son las cuestiones que la euforia post-terrorista intentará imponer en el discurso dominante venidero. La primera y más evidente, de la que ya se ha escrito algo en este blog, es la atenuación de la responsabilidad histórica (y criminal) que le corresponde a ETA. En aras de una necesaria reconciliación, se está promoviendo desde el ámbito abertzale un relato mistificado que prescinde de los datos cruentos del pasado. La reconciliación no puede eludir el reconocimiento del mal causado pero de momento se pasa de soslayo sobre esto y buena prueba de ello se encuentra en el rebuscado lenguaje de la declaración de Ayete o en los guiños a la “responsabilidad de ETA” por dar los pasos que está dando, como si todavía tuviéramos que agradecérselo. En definitiva, se adivina un nuevo intento de incurrir en la amnesia histórica al estilo de la que prevaleció en la Transición y cuyas consecuencias aún pagamos.
La segunda cuestión que amenaza con imponerse en el discurso socialmente predominante en Euskadi es la de la naturaleza del “conflicto” y consecuentemente las recetas para su verdadera “solución”, que por supuesto pasan por el tan citado “derecho a decidir”. Esto nos lleva al comienzo de este artículo, al paradigma interpretativo de la izquierda abertzale y de parte del nacionalismo moderado, que desde hace lustros viene cultivando la idea de que el País Vasco no puede realizarse políticamente porque España (y Francia) se lo impiden. Llevaría demasiado espacio rebatir cabalmente esta idea, cuya construcción y consolidación en una porción importante de la mentalidad colectiva se ha venido fraguando a lo largo de mucho tiempo, pero de momento creo que conviene recordar algo que se olvida con frecuencia: el conflicto vasco no es un conflicto entre pueblo vasco y Estado español (o francés) sino, en todo caso, un desacuerdo político entre los propios vascos, que disentimos sobre la vinculación que esta tierra ha de tener con España. Si aceptamos que la raíz del conflicto es la diversidad identitaria (como reconocía ayer el editorial del mismísimo Deia) no vale sostener que el estado español escatima el derecho a decidir al conjunto del pueblo vasco, salvo si entendiéramos que los verdaderos vascos son solo los nacionalistas, a los que se supone que no satisface esa vinculación con España sobre la que hay que decidir de nuevo. Dicho de otra manera, el problema consiste en que una porción de la población vasca no está de acuerdo con la actual inserción de Euskadi en España. Hasta ahora una banda armada tomó partido por esta porción y se dedicó a matar y a extorsionar para presionar contra el status quo a favor de sus aspiraciones. Parece que, debilitados y censurados por sus antiguos seguidores, ahora van a dejarlo. Guste o no guste este es un resumen de lo que ha pasado. Creo que vistas así las cosas equiparar la violencia armada de ETA y la negación del derecho a decidir (conceptualizada como otra suerte de violencia) y consecuentemente situar en esta confrontación la raíz del “conflicto” es una descomunal falacia. El corolario de esta hipótesis podría ser que desaparecida la primera de las violencias (y ojalá así sea desde pronto) la única que queda es la otra, la del Estado que niega derechos. ¿Caerá la mayoría de la sociedad vasca en esta trampa conceptual?
Llegados a este punto no pretendo decir que el actual marco político sea inamovible ni que, más tarde o más temprano no nos veamos abocados a una consulta como la que en 1979 tuvo lugar sobre el actual Estatuto. Pero para que eso suceda será necesario un acuerdo que se sirva de los cauces legales existentes, por supuesto sin la amenaza latente de ETA. Porque nuestro problema no está en Madrid sino entre nosotros mismos (con o sin ETA).
+Info: sobre la conferencia de Ayete en El Correo de hoy

viernes, 14 de octubre de 2011

DONOSTIA Y SU GOBIERNO OPOSICION

No pretende ser esto un análisis profundo, eso requeriría mucho más tiempo del que por desgracia dispongo para este escuálido blog, pero sí al menos una observación. En los cuatro meses que Bildu lleva al frente del ayuntamiento donostiarra la sensación que ha transmitido es la de provisionalidad: la ciudad sigue funcionando (faltaría más, al fin y al cabo que eso ocurra depende menos de la corporación que de los trabajadores municipales) pero ni se percibe un cambio sustancial en los servicios a los ciudadanos ni, sobre todo, se vislumbra intención de promover en un sentido u otro la materialización de los proyectos e infraestructuras pendientes. Con independencia de la opinión que muchos de estos merezcan (Tabakalera, metro, Audizt Akular…) hay uno cuya necesidad clama al cielo: la estación de autobuses, un equipamiento del que la ciudad carece, aunque parezca increíble en pleno siglo XXI y tratándose de un destino turístico. Pues bien, en esta como en otras cuestiones la nueva izquierda abertzale municipal se comporta como venía haciéndolo desde sus tiempos de aguerrida oposición: se opone pero no dispone. La nueva consigna del equipo de gobierno (olvidémonos del proyecto existente y parcialmente comprometido para construir la estación en Atotxa y retomemos el viejo proyecto de ubicarla en Riberas de Loyola) no es sino un mensaje a sus votantes. Saben perfectamente que tal idea no va a prosperar con una oposición que la rechaza en bloque, pero mantienen intacta la aureola de fidelidad a sus principios transmitiendo la idea de que lo que ocurra o deje de ocurrir se hará por encima de ellos, pisoteados como siempre (hasta cuando gobiernan). Quizás por falta de costumbre, a Bildu le resulta incómodo gobernar, al menos con la responsabilidad que comporta hacerlo en instituciones como el Ayuntamiento de Donostia o la Diputación de Gipuzkoa. Gobernar, sobre todo cuando se está en minoría, implica pactar soluciones con tus adversarios, llegar a acuerdos que a veces no casan con lo que propones en tu programa y precisamente por eso, arriesgarte a concitar el rechazo de parte de tus votantes, a los que quizá no les guste la solución adoptada. Pero es que se gobierna para todos, no solo para contentar a los que te han votado (aun si muchos de ellos, al menos en el caso de Bildu, te voten más por lo que representas que por lo que programes hacer). Desde luego en el caso de la estación de autobuses yo no sé si Atotxa es la mejor ubicación pero si sé que es mejor tenerla allí que no tenerla en ninguna parte.
+Info: el asunto en el Diario Vasco

jueves, 30 de junio de 2011

CAPITAL CULTURAL

El que esto suscribe, ni ha vivido con excesivo entusiasmo lo de la capitalidad cultural europea en 2016 ni, desde luego, se siente próximo al actual gobierno municipal de esta ciudad de Donostia (a la vista está en recientes posts de este mismo blog). Pero como vecino donostiarra me parecen injustas las insinuaciones que desde otras ciudades candidatas a la capitalidad se están lanzando tras conocerse la designación de San Sebastián, incluidas las amenazas de impugnar el fallo. El alcalde de Zaragoza Juan Alberto Belloch es quizás quién con más énfasis ha cuestionado la decisión del jurado internacional y curiosamente el argumento al que apela es la razón política como sustento de una designación que, consecuentemente, estima improcedente. Digo curiosamente porque en esta ciudad precisamente lo que se temía es que las razones políticas, con Bildu en la alcaldía, más que beneficiar perjudicarían la elección de Donostia. A esto yo añadiría tres observaciones que, no por obvias dejan de merecer ser resaltadas. Lo primero, debemos tener en cuenta que el trabajo previo de la candidatura y posiblemente la ejecución futura del programa a partir de 2016 no tienen ninguna vinculación con las siglas políticas que actualmente gobiernan la ciudad, con lo cual el presunto castigo a Bildu en realidad castigaría un trabajo al que esta formación política es hasta ahora ajeno. Lo segundo, sería injusto privar de esta oportunidad a toda una ciudad en la que conviven gentes de las más diversas ideas porque en unas elecciones municipales resultó vencedora relativa la izquierda abertzale. Y lo tercero y más importante: ¿no sería tan política y por tanto injusta y ajena al contendido del proyecto cultural una decisión que evitara la designación de San Sebastián por el simple hecho de que en esta ciudad gobierne Bildu? Si los detractores de la elección del jurado le han reprochado razones políticas no entiendo como olvidan que apartar a San Sebastián por el color de su gobierno municipal es una razón tan política como la que se denuncia. Porque si lo que ha de primar es la calidad del proyecto cultural, la adscripción política del alcalde debería ser cuestión baladí, tanto en un sentido (a favor de la candidatura) o en otro (en contra). Un proyecto que en el caso donostiarra, no lo olvidemos, tiene el consenso de gentes de todas las ideologías, incluidos los que gobiernan (Bildu), los que gobernaban hasta ahora (PSOE) y hasta los que tanto antes como ahora son oposición (PP y PNV). ¿No es bueno esto en un país en el que nos cuesta tanto ponernos de acuerdo?
+Info: hoy en El País sobre la impugnación de la elección de Donostia.

martes, 31 de mayo de 2011

AMNESIA COLECTIVA (EL 22-M EN EUSKADI)

Han pasado más de dos meses desde el último post y en este tiempo han ocurrido unos cuantos acontecimientos de los que llenarán páginas en los manuales de historia (o al menos en los anuarios periodísticos del próximo año nuevo). Sobre todos ellos, dos: las revueltas en el mundo árabe (con su epigónica guerra en Libia) y las protestas del 15-M que tienen su imagen emblemática en los acampados en la Puerta del Sol madrileña. Asuntos muy enjundiosos ambos, mucho más seguramente que el sempiterno monotema sobre el que ahora vuelvo y que, cuarenta años después, sigue dando mucho dolor de cabeza en este país que reserva tanta mirada para su ombligo. Porque, lo siento, de todo lo ocurrido en estos dos meses y pico lo que más ha calentado mis neuronas es el vuelco político del 22 de mayo, jornada que por cierto viví por primera vez como vocal en una mesa electoral. Y no por la anunciada debacle del PSOE, ni por la previsible victoria del PP, sino sobre todo por el aluvión de votos que cosechó Bildu, especialmente en mi ciudad y en mi provincia. Ya se sospechaba que algo así iba a ocurrir pero no deja de sorprenderme que, en las municipales, 276.000 personas en la CAPV (un 25 % de los votos, casi mil concejales) y otras 37.000 en Navarra (más de 313 mil en total) se hayan decantado por esta coalición de tan estrepitosa génesis.
¿Qué explicación tiene esta eclosión espectacular en la que con seguridad han participado miles de personas bienintencionadas para las que el terrorismo es una cruel aberración? Mi razón no alcanza a verla, al menos si me limito a las explicaciones convencionales sobre el comportamiento electoral. Y no lo concibo porque, por encima de las razones subyacentes que podamos suponer (la confianza en ese nebuloso proceso de paz que presuntamente impulsaría el éxito electoral de Bildu, el voto de castigo al gobierno, el entusiasmo por la novedad y hasta la sensación de “voto útil”) no acabo de comprender que esa gente bienintencionada haya olvidado las consideraciones éticas. Algo tan sencillo como que el día de las elecciones, apelando a un presente provisionalmente en paz, los promotores de Bildu seguían considerando la acción pasada de ETA como un episodio que no merecía ningún tipo de reprobación retrospectiva. Bildu nunca ha dicho no a ETA, cosa que sí hizo Aralar en 2001. El naufragio de este partido, cuya trayectoria empieza a recordar a la de Euskadiko Ezkerra en los 80, es un síntoma del particular ethos vasco: el imaginario colectivo ha preferido a los “auténticos” (Bildu) frente a los advenedizos (Aralar), sin importar la trayectoria precedente y reciente de ambos, toda vez que el nuevo escenario impone un borrón y cuenta nueva proclive a la amnesia. El olvido se impone así de manera inconsciente, dejando paso a un entusiasmo que prescinde de la memoria para manifestarse tomando en consideración exclusivamente los datos del presente. Ha debido de ser muy buena la técnica de sugestión de Bildu para amasar semejante caudal de conciencias pacíficas (eso quiero pensar) dispuestas a obviar la trayectoria pretérita de una opción política en la que la presencia de EA y Alternatiba era meramente cosmética. Sobre todo porque ese pasado olvidado es muy reciente.
Está bien que la izquierda abertzale se incorpore a la vida política civilizada pero conviene ser cautelosos: los discursos, incluso las maneras, se cambian fácilmente, de un día para otro. Las formas de ser, mutan más despacio. Y uno no es lo que es simplemente porque lo diga; además, tiene que poder demostrarlo, lo que requiere un tiempo. Pienso que este voto de confianza ha sido excesivamente impulsivo y ha obviado los plazos de una reconversión moral pendiente y necesaria.
Nota: una versión de este artículo se ha publicado en la sección Cartas al Director de El Diario Vasco
+Info: datos sobre los resultados electorales en el País Vasco

miércoles, 16 de marzo de 2011

JAPÓN

La tragedia de Japón ha puesto sobre el tapete unas cuantas verdades que suenan a tópicos pero que solemos olvidar. Entre otras, que el ser humano vive como si tuviera bajo control su entorno cuando en realidad estamos casi tan a merced de la naturaleza como lo estaba la humanidad paleolítica. El soniquete de “no somos nada” adquiere sentido literal al contemplar esa enorme ola que avanza arrasando cuanto encuentra a su paso. Lo paradójico del drama japonés es que, lamentablemente, “sí somos algo”, pues en la ruta del tsunami se nos ocurrió poner centrales nucleares y ahora que la naturaleza se ha calmado lo que nos acecha es el riesgo de la radiación. Por lo que a las desastrosas consecuencias de lo inevitable (la fuerza destructora de los elementos) se unen las consecuencias igualmente lamentables de las decisiones humanas conscientes (y por tanto evitables). Que después de esto eludamos un debate en el que se ponderen necesidad y riesgos de la energía nuclear sería una irresponsabilidad descomunal. Por cierto, hay quién dice que descartar la porción de energía que producen los reactores atómicos nos obligaría a utilizar otras fuentes quizás más contaminantes y caras (ligadas por supuesto a los combustibles fósiles). Hay que recordarles que hay otra alternativa, bien simple: producir menos energía. Estoy seguro de que si el gasto energético per capita universal se redistribuyera de manera más equitativa, prescindir de la energía nuclear no repercutiría ni un ápice en los hábitos de vida de la mayoría de la humanidad. Dicho esto, lo único que importa ahora es que Japón se salve de la catástrofe. Pone los pelos de punta imaginar un Tokio post-holocausto deshabitado, fantasmagórico.
+Info: la situación en Japón en la fecha de este post según El País

domingo, 13 de febrero de 2011

UNIVERSIDAD DEL PAIS VASCO : DOCENTES NO MUY DECENTES (O AL MENOS POCO CONSECUENTES)

Esta semana el sindicato UGT ha difundido las cifras de participación del personal de la Universidad el País Vasco (UPV/EHU) en la huelga del pasado 27 de enero contra el recorte de las pensiones. Ateniéndonos a los datos facilitados por el Rectorado, secundaron la huelga 184 trabajadores (un 10,03 %) del personal de administración y servicios (PAS) y 31 profesores (un 0,58 % del total de la plantilla docente). Al hacer públicas estas cifras la UGT pretende seguramente resaltar la escasa participación en una convocatoria en la que no tomó parte (los sindicatos convocantes eran LAB, ELA, STEE y algún otro sindicato nacionalista). Yo, que por distintos motivos no secundé la huelga, siento sincero respeto por los que sí lo hicieron y además comparto con ellos el convencimiento de que existen motivos para la movilización social. Precisamente por esto mismo creo que las cifras de participación del personal docente (PDI) en la UPV/EHU merecen un comentario más detenido, aunque seguramente por razones distintas de las que UGT ha querido resaltar al hacerlas públicas.
Para empezar hay que aclarar algunos pormenores. En la UPV/EHU, como en todas las universidades españolas, nos regimos mediante un sistema de organización autodenominado estamental, igual que en la Edad Media. Esto, que para ciertas cuestiones puede tener razón de ser, comporta numerosas paradojas que casan muy mal con la pretendida cultura democrática e igualitarista que supuestamente inspira el funcionamiento de esta institución. Como por ejemplo el hecho de que existen dos categorías de trabajadores, con sus propios escalafones y con condiciones laborales absolutamente distintas: el personal docente (PDI) y el de administración y servicios (PAS). Para estos existe un sistema de control de asistencia y permanencia en el puesto de trabajo (la clásica ficha que hoy en día es electrónica), cosa que no existe para los segundos. No es mi intención entrar a discutir esta cuestión que, como PAS, tengo asumida desde hace años. Lo que ahora me importa es destacar lo que sucede cada vez que se convoca una huelga, especialmente una huelga general (y por tanto política). Para el PAS, como ya se ha dicho, existe un sistema electrónico de control de asistencia que permite verificar la participación en la huelga: es decir, si uno no acude a su puesto de trabajo y no aporta ninguna justificación (el abanico de estas es muy variado) puede inferirse que ha participado en la convocatoria, independientemente de si lo hubiera manifestado expresamente. Con el profesorado no existe un sistema análogo, así que cada vez que se produce una convocatoria de huelga las autoridades académicas remiten un escrito en el que exhortan a los eventuales participantes a reconocerlo expresamente en caso de que hayan participado en la misma. Como es lógico, tanto para unos como para otros (PAS y PDI) secundar la convocatoria puede acarrear el consecuente descuento en sus nóminas.
Como se ve por los datos que arriba se indican, en la huelga del pasado 27 de enero, solo 31 profesores de un total de 5316 reconocieron haber secundado la convocatoria de los sindicatos nacionalistas. Cabe señalar que en las últimas elecciones sindicales (2007) los sindicatos convocantes de la huelga obtuvieron 757 votos entre el profesorado. Aun admitiendo que una parte importante de esos votantes no deseara tomar parte en la huelga, ¿no es un 4 % (31 de entre 757) un porcentaje de fidelidad sindical sospechosamente raquítico? Con seguridad la participación “de boquilla” habrá sido mucho mayor pero la expresamente reconocida ya se ve en qué se queda. En otras ocasiones esta cuestión ya había suscitado controversia: sostenían los docentes que a santo de qué les van a obligar a autoinculparse de la participación en una huelga, que si el Rectorado no tenía medios para comprobar la asistencia de los docentes a sus puestos no era problema de los trabajadores. A mi estos argumentos, disfrazados de una suerte de “insumisión” me suenan a puro y duro escaqueo. Al fin y al cabo si un trabajador hace huelga es precisamente para que se note y se sepa. La eventual reducción que esto suponga para la nómina no hace sino otorgar mayor legitimidad a la reivindicación del trabajador, dispuesto a asumir ese perjuicio. Esta forma de pensar es, como se ve, residual entre el PDI de la UPV/EHU. El rectorado lo debe de saber tan bien que ya ni tan siquiera se preocupa de ordenar a la sección de nóminas los descuentos retributitos para los “heroicos” autoinculpados (y la verdad es que tendría narices).
En fin, lo más escandaloso de todo este circo es que las últimas huelgas han ido acompañadas de encendidas soflamas y retóricas adhesiones. Esto habría estado muy bien si las cifras de participación hubieran concordado con la dialéctica que desplegaron las centrales sindicales. Pero se ve que no ha sido así y lo que han hecho los sindicatos es sencillamente callarse, pasarlo por alto, puesto que esta negativa a reconocer expresamente la adhesión del PDI cuenta con la absoluta connivencia de los convocantes. Así que el fervor huelguista, a los docentes se les supone como a los soldados el valor. El fenómeno forma parte de esa idiosincrasia picaresca tan española (je, tiene gracia la filiación) que nos lleva a considerar meros tontos a los que por fidelidad a una causa están dispuestos a que les toquen la cartera. En el último caso han sido, en tendencia sospecho que acusadamente decreciente, tan solo 31 tontos. Sencillamente patético.

jueves, 27 de enero de 2011

POBRES Y FUNCIONARIOS

Josep Antoni Durán i Lleida: “El problema es si la sociedad pretende que al Congreso venga simplemente gente que no tenga propiedad, si pretende la sociedad que esta Cámara sea de funcionarios y de gente pobre, porque si es así, vamos por el mejor de los caminos”.

Lo reconozco, siempre he sentido una cierta insatisfacción profesional. Porque pese  a que terminé mi carrera con un buen expediente y pese a que en la juventud exploré otros caminos más aventurados, finalmente he acabado como funcionario de medio pelo en una biblioteca universitaria. Un destino profesional no demasiado brillante y, lo que es peor, con pocas expectativas. Supongo por tanto que, a juicio de Durán i Lleida, no merezco formar parte de esa élite llamada a representar al pueblo en las cámaras parlamentarias. No al menos si se me juzga por mis emolumentos y mi condición funcionarial. La verdad es que nunca he sentido la llamada de la política pero a uno, por muy asumida que tenga su medianía en el escalafón social, no le gusta que le digan que ni aun por mucho empeño que pusiera llegaría a reunir condiciones para entrar merecidamente en la cosa publica. Es como recordarnos (a los pobres y a los funcionarios) que nuestra mediocridad económico-laboral es consecuencia directa de nuestra ineptitud.
No voy a entrar en el tono peyorativo hacia el funcionariado que obviamente denota la frase del político catalán, hay algo que asusta mucho más: es ese espíritu aristocrático que recuerda al de un senador de la antigua república romana y que liga la competencia política con la fortuna personal. Ni el mismísimo Cicerón lo habría expresado con mayor claridad. Según el argumento de Durán i Lleida poseer una trayectoria profesional lucrativa (lo que generalmente implica provenir del mundo de la empresa) es lo que mejor acredita tu capacitación para la vida parlamentaria. Esto por supuesto excluye a la inmensa mayoría de los empleados públicos y asalariados del sector privado. ¿Qué nos queda? No hace falta responder, pero vamos a ponerlo por escrito: directivos de empresa, profesionales liberales de prestigio y, excepcionalmente, algunos funcionarios de incuestionable valía (médicos, jueces, catedráticos…). O sea, la aristocracia superpuesta a la democracia.
Seguramente el nivel de nuestros diputados y senadores no es precisamente brillante; al contrario, la clase política española ha dado sobradas muestras de incompetencia técnica y falta de ética personal. Pero dudo que ninguna de estas dos variables (la meramente técnica y la de índole moral) quede positivamente condicionada por el hecho de disfrutar de buenas nóminas y prósperos patrimonios. El mérito no va necesariamente ligado al dinero de igual manera que el talento y la aptitud no están reñidos con la irrelevancia profesional.  Como decía hoy Maruja Torres en El País, sabemos muy bien qué clase de políticos no queremos en los parlamentos y muchas veces esa clase de políticos indeseables coincide con exitosos empresarios o profesionales de fulgurante trayectoria (no vamos a dar nombres). En el episodio que nos ocupa, la pataleta de Durán i Lleida me recuerda a la jactancia de ciertos políticos que demuestran su sacrificio por la nación manifestando que su oficio representativo les reporta mucha menor ganancia que la que obtendrían por sus méritos profesionales en cualquier otra actividad. A unos cuantos de estos les agradeceríamos que renuncien al sacrificio, abandonen la política y retornen a sus quehaceres privados. Todos ganaríamos, aunque les sustituyera algún pobre o algún funcionario.
+Info: La salida de tono del político de CiU tiene relación con una iniciativa parlamentaria para que los diputados declaren públicamente sus patrimonios. La  matización que expone en su blog  (Privilegis dels polìtics) no acaba de limpiar el tono elitista que denotan las frases transcritas por la prensa: véase la noticia en El Correo y en El Periódico (con un vídeo en el que se escucha el comentario polémico).

domingo, 16 de enero de 2011

JOVENES PARADOS Y TRABAJADORES VIEJOS (PENSIONES BULIMICAS)


El escritor alemán H. M. Enzensberger sugirió a principios de los noventa que las sociedades ricas occidentales sufren de "bulimia demográfica": por una parte exigen un constante suministro de mano de obra (especialmente para aquellas tareas que los nativos van rechazando), mientras al mismo tiempo idean trabas para frenar el flujo migratorio. El conglomerado que forman el mercado de trabajo y el sistema de seguridad social va camino de adquirir esa misma condición bulímica: necesita dar entrada a nueva mano de obra joven y rebajar la edad media de las plantillas, pero simultáneamente la inminente reforma del sistema de pensiones mantendrá a los trabajadores más años en sus puestos, lo que tapona la entrada de nuevos asalariados jóvenes y eleva la edad media de los empleados. Así, el mercado laboral pide alimento, pero el sistema de pensiones quiere adelgazar, con lo cual tendremos plantillas envejecidas y más paro juvenil. Hoy resulta difícil sostener la inviabilidad demográfica del sistema de pensiones en un país con una tasa de desempleo superior al 20%, todo un contingente de potenciales cotizantes que por ahora son tan perceptores como los jubilados. Pero la solución que nos proponen para el envejecimiento demográfico es de naturaleza maltusiana, como si estuviéramos en el siglo XIX: puesto que la población pensionista crece más que los recursos disponibles para sostenerla (las cotizaciones), hagamos que disminuya el número de jubilados. Es evidente que la alternativa sería incrementar los recursos necesarios para el sostenimiento de una población perceptora creciente. Esta opción requiere cambios profundos en el sistema de financiación de las pensiones, en el sistema fiscal y también en un sistema productivo incapaz de ocupar a toda la población activa. Pero no se va a hacer. Y en el futuro, si nadie lo remedia, tendremos sociedades bulímicas, plenas de jóvenes parados y trabajadores viejos. Sociedades más enfermas y, posiblemente, más conflictivas.
Nota: este artículo se ha publicado en la sección Cartas al Director de El País.
+Info: la cuestión de las pensiones ha suscitado en los últimos meses gran controversia e ingente literatura. En la línea que aquí se defiende recomendamos un reciente artículo de Vicenç Navarro, uno de los economistas que con más solvencia está refutando las tesis liberales sobre la reforma de las pensiones, actualmente predominantes y asumidas por el gobierno de Zapatero.

jueves, 13 de enero de 2011

DIOS WILDER

Ayer echaron por La 2 de TVE “¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?”, de Billy Wilder. A parecida hora emitían la mucho más reciente “El Orfanato” de Juan José Bayona, de la que tengo muy buenas referencias pero no he visto. Así que estuve dudando: o pasar miedo con Belén Rueda o revisionar una vieja película con Jack Lemmon. Me decidí por el clásico y fui feliz durante dos horas. Siempre da gusto ver una película de Billy Wilder, pese a que no se trate de una de las mejores, quizás ni tan siquiera de una gran película. Pero es lo que tienen los genios: hasta sus obras menores son pequeñas maravillas comparadas con la mayoría de lo que suele verse. El maestro vienés (trasunto de Dios para Fernando Trueba) es el rey del ingenio y los diálogos brillantes: difícil olvidar ese “Nadie es perfecto” que pone punto y final a “Con faldas y a lo loco”. En la película de ayer, adaptación de una obra de teatro, la mano de Billy Wilder se adivina inconfundible en hilarantes momentos, como cuando entra en escena ese diplomático norteamericano al que el director del hotel Excelsior (inolvidable Carlucci) recomienda los baños de lodo locales (que curan dolencias de todo tipo además de la impotencia)  para mantener “una acidez de estómago  propia de un joven de 20 años”. Quizás la película parezca algo lenta a ratos, quizás abuse de tópicas y ñoñas melodías italianas, pero solo por esos momentos en los que Wilder echa mano de su ingenio intemporal merece la pena. Y al final te vas a la cama feliz, reconciliado con la vida, encantado de haber disfrutado de esa sencilla historia que saca chispas de la eterna confrontación entre lo racional (lo americano, lo ordenado y previsible, el personaje del inmenso Jack Lemmon) y lo pasional (lo italiano, lo caótico e imprevisible, el inefable Carlucci y el personaje de Pamela). Dos horas de verdadero placer. Por cierto, una de las grandes ventajas de la TDT que no me cansaré de pregonar es la posibilidad de ver las películas en versión original con subtítulos. Si a esto le sumamos la ausencia de anuncios en TVE no es de extrañar que La 2 se esté convirtiendo en el mejor videoclub gratuito que se pueda imaginar. Esperemos que sigan en esa línea (hace no mucho programaron “Irma la dulce” y en breve emitirán “El apartamento”, quizás la mayor genialidad de Billy Wilder).
+Info: Billy Wilder en IMDb (en inglés y en español)