jueves, 16 de abril de 2009

LOS LIBROS ELECTRONICOS Y SUS LECTORES


Aunque parece que de momento vivimos una cierta confusión sobre su futuro desarrollo, es un hecho incuestionable que por fin ha llegado el libro electrónico con ánimo de quedarse. ¿Significará esto que en menor o mayor plazo acabará por desaparecer el libro impreso o, cuando menos, se convertirá en un soporte minoritario, residual incluso, para la transmisión de la cultura escrita? Yo pienso que no, con firme convencimiento, aunque sé que la prospectiva en esto de la evolución tecnológica es un terreno pantanoso. Pero el libro es antes que nada un hecho cultural e intelectual con un fuerte arraigo sentimental y serán necesarias al menos una o dos generaciones para que las cosas cambien sustancialmente. Vayamos por partes.
La defunción del libro tal y como lo conocemos viene pregonándose desde hace ya más de una década, especialmente desde que la consolidación de Internet ha servido para facilitar una difusión de la información, la cultura, la ciencia y el conocimiento mucho más dinámica de la que hasta entonces permitía la imprenta. Este hecho se ha dejado notar en ámbitos diversos de la cultura escrita, dando paso a un imparable proceso de sustitución de la edición en papel por el acceso on line. Así, la comunicación científica no es igual desde que los grandes editores asumieron que las revistas académicas debían editarse en la red y hoy son ya pocos los investigadores que siguen usando las versiones impresas para leer los aun llamados “papers” científicos. Igualmente los periódicos han revolucionado la forma de leer la prensa mediante sus ediciones digitales que incorporan numerosos añadidos imposibles para una edición en papel, además de una actualización de la información permanente que les permite por fin competir con la radio y la televisión en aquel aspecto (la inmediatez de la transmisión de las noticias) en el que hasta hace poco tenían una evidente desventaja. Internet ha desbancado también al papel, o lleva camino de hacerlo, en el ámbito de la información de referencia o la consulta de datos: Wikipedia ha sustituido en la práctica a las ya vetustas enciclopedias que ocupaban varios metros en las estanterías domésticas y algo parecido ocurre con casi toda las fuentes de consulta que usamos con más frecuencia: diccionarios de idiomas, datos estadísticos, hasta la información sobre cuestiones tan delicadas como la salud se busca antes en la red que en los clásicos manuales al estilo de “El Dr. Responde”.
Cabía pues suponer que tras las revistas, los periódicos y las obras de consulta también le llegaría el turno al libro de lectura secuencial, es decir aquel que leemos página tras página de principio a fin: los ensayos, las novelas, y también las monografías científicas y los manuales docentes, dos tipos de libros estos últimos cuya presencia en la red se ha venido incrementando últimamente, quizás precisamente porque se prestan a una lectura menos secuencial y más intermitente (por ejemplo, podemos precisar sólo un capítulo concreto en cada momento, para lo cual el acceso on line es cómodo y efectivo, además de proporcionar las ventajas del hiperenlace que pone en relación las distintas partes del texto). Aunque ciertos autores de best sellers (como el mismísimo Stephen King) ya habían puesto alguna de sus obras en Internet, sabedores seguramente de que más que restarles ventas esa decisión les daría aun más repercusión, no parecía sin embargo que la pantalla de un ordenador convencional y ni tan siquiera una PDA fueran serios rivales para un objeto como el libro, manejable, agradable al tacto y a la vista y que en buena medida usamos por placer.
Pero la reciente aparición de nuevos dispositivos como el Kindle de Amazon hace por primera vez pensar que puede haber una alternativa amigable a la lectura en papel de novelas, ensayos y libros académicos. No es fácil pronosticar el futuro de este tipo de dispositivos, lo que equivaldría a hablar consecuentemente del futuro de la imprenta y de la cultura escrita en general. Las librerías convencionales los miran con recelo, pues presumiblemente una vez adquirido el aparato el eventual lector deja de ser un cliente y en adelante es de suponer que descargará los contenidos desde una librería virtual. También es cautelosa la actitud de los editores, plantados ante una novedad que de prosperar les obligará a una importante modificación en la forma de difundir sus productos. Obviamente los geeks, los fans de la tecnología digital, los han acogido con enorme alborozo, lo mismo que en general los aficionados a lo novedoso sin más. La clave de su futuro y por tanto la clave del futuro de la imprenta se haya en la penetración que el nuevo modelo de lectura encuentre en los distintos segmentos de lectores que componen el universo lector. De entrada hay que recordar que éste representa sólo una porción limitada de la población total: según el último Estudio sobre hábitos de lectura en España (2008), lee algo más del 50%, y tan solo un 40 % compra libros (dejando aparte los libros de texto escolares). Esta encuesta periódica revela, de manera continuada, que los mayores lectores son los niños (sobre todo si son hijos de padres lectores) y que la población lectora se concentra en las zonas urbanas y entre el segmento con estudios universitarios. Los libros más leídos son best sellers del tipo El código Da Vinci o Los pilares de la tierra.
Pero hay que leer entre líneas para percatarse de que es una pequeña parte de la población, es decir aquella que lee más de 12 libros al año, la que concentra el mayor “consumo lector”. Así que los estudios confirman lo que ya sospechábamos: la población lectora (que es la que compra libros con asiduidad) supone en torno a un 14 % del total y ahí es donde cobra significado la eventual penetración del Kindle, el Sony Reader y otros gadgets del estilo. Porque, vamos a ver: ¿para qué narices quiere el aparatito una persona adulta que lee 4 o 5 libros al año? Yo pienso que no por ahorrar dinero (es probable que se los regalen o que los lleve en préstamo de cualquier biblioteca), menos aun por ahorrar espacio (uno de los argumentos que defienden los defensores de los dispositivos para e-books). Si en la memoria interna de un lector modesto vienen a caber en torno a 100 libros (aunque los hay de mucha mayor capacidad y además se pueden acoplar memorias externas) a muchas personas les bastaría con un dispositivo para almacenar todo su historial lector (y eso sin borrar nada). El lema bien podría ser “Ponga un Kindle en su vida” (porque así va a ser, “un Kindle, uno”, para toda la vida). La clave está en la actitud de los verdaderos lectores, a los que les pueda compensar un dispositivo que les permite almacenar numerosos títulos sin merma de espacio físico y con numerosos valores añadidos (entre otros, la posibilidad de descargar nuevos títulos gratuitamente o a bajo precio).
Las ventajas de los e-books son notorias: el mencionado ahorro de espacio (se puede almacenar toda una biblioteca en un dispositivo más unas cuantas tarjetas de memoria adicionales), la portabilidad, la reducción del desgaste ecológico que comportaría imprimir menos ejemplares, el precio al que se pueden obtener los textos (a menudo gratuitamente a través de las diversas bibliotecas digitales existentes en Internet), funciones añadidas como la inserción de notas, búsquedas en los textos guardados e incluso acceso por Internet a recursos externos (como la Wikipedia en el Kindle). En definitiva, lo que ya ofrece cualquier ordenador trasladado a un formato más pequeño y amigable para la lectura. Todo esto está muy bien, pero ¿a quién va dirigido? ¿Quién posee o necesita una biblioteca de cientos de libros, de los cuales anualmente utiliza varias decenas? Y sobre todo, ¿hasta que punto para este tipo de lector el e-book llegará a sustituir el uso de libros impresos? Yo pienso que los grandes beneficiarios del e-book pueden ser la población estudiantil y docente (en todos sus niveles, de la primaria a la universitaria) y junto a ellos un sector de la población bastante limitado de consumo lector alto (profesionales, urbanitas, culturetas de diversa condición, muchas muejeres de mediana edad y no pocos jubilados inquietos con tiempo para leer). En definitiva el universo “gran lector”, pues para el resto de la población no le acabo de encontrar significado más allá de la satisfacción de un capricho. Pero pienso también que entre esa gente “gran lectora” el libro en papel va a mantener un arraigo sostenido que perdurará al menos unas cuantas décadas.
El e-book es un gadget pero su función no se parece nada a la de un MP4 o un IPod, una PDA, un móvil de última generación o cualquier otro de esos aparatos que fascinan inmediatamente a los geeks: su finalidad principal es proporcionar información textual (frente a lo audiovisual de un Ipod o un MP4) para uso individual (frente al uso comunicativo de los IPhone o las Blackberry). Seguro que los seguidores de todas estas tecnologías observarán con interés el desarrollo de los Kindle y compañía, pero no es a ellos a quienes van dirigidos estos nuevos dispositivos. No quiero decir que un fanático de la tecnología no pueda ser al mismo tiempo un gran lector, por supuesto que habrá muchos individuos que aúnen ambas condiciones y éstos seguro que ya llevan sus e-books en los bolsillos. Pero el universo lector sólo coincide en parte con el universo geek y de hecho sospecho que la intersección es relativamente pequeña; es más, sospecho también que el universo lector es en una proporción no dedeñable bastante resistente a las revoluciones tecnológicas. Por eso mantengo que el libro en papel va a permanecer durante las próximas décadas (y quién sabe si mucho más allá), porque aquella parte de la población para la que tienen sentido los nuevos dispositivos va a tardar un tiempo en digerir su necesidad de una manera generalizada. Quizás hasta el momento se hayan vendido muchos Kindle y quizás se vendan muchos más en los próximos años, pero ¿verdaderamente los están comprando personas que al adquirirlos dejan de comprar libros? ¿Cuántos de aquellos que ahora gastan 1000 euros al año en libros va a dejar de hacerlo porque todo lo que habría comprado en papel ahora se lo descarga en el Kindle? Algunos habrá, muchos quizá, y cada vez serán (o seremos) más. Pero sigo sospechando que al menos por el momento muchos otros lectores van a preferir recorrer los anaqueles de su librería favorita hojeando volúmenes impresos antes que husmear el “Search inside this book” de Amazon para decidir una descarga.