jueves, 13 de septiembre de 2012

SEPARATISMOS CÍVICOS, SEPARATISMOS POLÍTICOS (CATALUÑA VERSUS EUSKADI)


Parece que, tras treinta años de estado autonómico, la sutura que une a las nacionalidades periféricas con el Estado Español corre serio riesgo de romperse por donde con menor violencia se había producido la herida. Quién diría hace un par de décadas que el gran órdago al poder central iba a venir no de la desangrada Euskadi, donde una organización luchaba por la independencia con denuedo, bombas y metralletas, sino desde la pacífica y sibilina Cataluña, que había auspiciado en plenos años 80 un proyecto de Estado a escala española con motor catalán: recordemos que en la conocida como “Operación Roca” el político convergente Miquel Roca fue candidato a la presidencia del gobierno desde las filas del Partido Reformista Democrático, una formación hermana de CiU promovida por el poder económico español.
La nueva ola de independentismo catalán es un fenómeno complejo en el que intervienen factores muy diversos, sociales, políticos y económicos, de los que se ha escrito y hablado prolijamente durante estos últimos días. En relación con los primeros, los factores sociales, me gusta la idea que ha destacado Josep Ramoneda sobre el cambio generacional: buena parte de la actual población catalana ha crecido en un ambiente cultural y político abiertamente proclive a la concepción de Cataluña como una nación. Las razones de índole política tienen un origen tan remoto como la concepción del estado autonómico que consagra un encaje marcadamente uniforme en el Estado para todas las comunidades autónomas (pese al fracaso de la LOAPAde 1982) y encuentran su epílogo en la sentencia del Tribunal Constitucional (junio de 2010) contra el Estatut de 2006. Pero la guinda la ponen las motivaciones económicas, precipitadas en un contexto de crisis que ha contribuido a asentar como “verdad social indiscutida en Cataluña” (Ramoneda dixit) el perjuicio económico de permanecer en España.
Si bien la manifestación del pasado 11 de septiembre vino alentada por el gobierno de la Generalitat, algo que han destacado muchos comentaristas es que el movimiento ha desbordado las expectativas de los políticos que la apoyaron. Literalmente, dicen algunos, el asunto se le está yendo a CiU de las manos. Esta consideración sirve para, desde una perspectiva vasca, hilar algunas reflexiones sobre las similitudes y diferencias entre los secesionismos vasco y catalán. Lo primero que destaca por si solo es el papel de la violencia política en ambos procesos: pase lo que acabe pasando en Cataluña, el independentismo vasco de izquierdas tendrá que acabar por reconocer que ETA no ha servido absolutamente para nada a sus aspiraciones. Es duro constatar que cuarenta años de actividad sanguinaria y sufrimiento (propio y ajeno) han sido totalmente estériles, que al punto al que se quería llegar se podía acceder por vías mucho más inocuas y efectivas. Tengo la esperanza de que los acontecimientos de Cataluña sirvan al menos para suscitar esta reflexión en las conciencias de los líderes, pasados y presentes, de la izquierda abertzale (que se exprese ya es otro cantar).
Hay una segunda gran diferencia entre la presente oleada independentista catalana y el secesionismo vasco: la primera es, con matices por supuesto, un movimiento cívico, una corriente “de abajo a arriba” que, larvada por los factores al principio señalados, acaba por arrastrar a los partidos hasta más allá de donde tenían previsto llegar (sea CiU, sea el mismísimo PSC o incluso ERC). Por el contrario el independentismo vasco, a expensas de lo que acabe ocurriendo en los próximos años, es un movimiento fuertemente politizado y monopolizado por partidos políticos: especialmente por las formaciones y siglas que se adscriben o han adscrito a ese conglomerado que llamamos “izquierda abertzale”, pero también, y a bandazos según conveniencia electoral, por el PNV.
A riesgo de equivocarme dudo que en la Euskadi de hoy pueda producirse un clamor cívico favorable a la independencia similar al catalán (aunque dicho sea de paso, el crecimiento de éste parece haber sido sorprendentemente acelerado). En cualquier caso y como hipótesis para considerar con mayor detenimiento me atrevo a aventurar que, ante similares condiciones sociales y políticas a las que se dan en Cataluña, dos factores, entre otros, contribuyen a explicar la contención del independentismo vasco entre los mismos nacionalistas: primero, la autonomía fiscal, que nos ha salvado de la proliferación de ese sentimiento de agravio económico que con tanta fuerza ha prendido entre los catalanes, incluidos los no nacionalistas; segundo, la existencia del fenómeno terrorista, que ha alejado a una enorme proporción de población de todo signo político de unos postulados que ETA estaba dispuesta a defender con tiros en la nuca y coches bomba. Así pues, el antes conocido como MLNV puede apuntarse en su haber su contribución a apagar la mecha de un independentismo cívico. Patética paradoja, ¿no?
+Info: repercusiones de la Diada 2012 hoy en El País.